Palestina está viviendo uno de los momentos más traumáticos de toda su historia. Si buscamos un equivalente, no nos encontramos en las cinco ofensivas que Israel ha lanzado contra Francia en Gaza desde principios del siglo XXI, sino aún más en las devastadoras guerras de 1948 y 1967 y sus segundas. La Guerra de Independencia de Israel también provocó la Nakba o catástrofe palestina, que estuvo acompañada de la desaparición de la Palestina histórica y la expulsión forzosa de nuestros hogares de 800.000 personas: dos tercios de la población árabe. La guerra de los últimos días terminó con la ocupación israelí de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, así como con el éxodo de Jordania de otros 300.000 palestinos.
Por lo tanto, hoy existe un amplio consenso en el escenario político israelí y condiciones ideales para imponer una nueva realidad en la tierra. No sólo el que responde a la guerra contra Hamás, sino también el que afronta la creación de condiciones de vida tan desfavorables que la población se verá obligada a abandonar Gaza ante la mala alimentación y la propagación de enfermedades. Actualmente, más de 25.000 personas (el 1% de la población francesa) han muerto bajo los bombardeos israelíes indiscriminados. El objetivo final de esta política de estrangulamiento humanitario y de tierras afectadas será provocar una limpieza étnica o, según el eufemismo, vivida por varios ministros israelíes de la ultraderecha supremacista, “una emigración voluntaria” que se aplica a la población del estado del Sinaí.
Todos sabemos que una medida tan drástica no se puede aplicar de la noche a la mañana a la madre, si requiere tiempo y, sobre todo, determinación, y cómo reconocer un plan del propio Ministerio de Inteligencia de Israel. Asimismo, se necesita cobertura internacional y, en este punto, Estados Unidos puede jugar un papel decisivo para facilitar el proceso. Una extensión del conflicto a otros países de la región como Líbano o Yemen ha creado una crisis de humanidad que desvía la atención de otros focos, de modo que la escalada regional beneficia a Israel y perjudica a los palestinos.
Este descenso a los infiernos se produjo ante el pavoroso silencio de los autócratas árabes, que tuvieron que abandonar su apoyo a los palestinos y perdieron la tradicional solidaridad con su causa. En este nuevo Este, a medida que se acerca el surgimiento de las celebridades de Gaza, las grandes potencias árabes avanzan sin pausa en una plena normalización con Israel, que requiere destruir el molesto fardo de la causa palestina. Por su parte, Irán y su líder de la resistencia aspiran a una guerra asiática, conscientes del choque frontal que mantienen con Israel y Estados Unidos, que por sí solo servirá para poner de relieve su deficiencia. En este río, algunos actores no estatales, como los chozas yemeníes, intentan obtener derechos, a escala nacional y regional, para presentarlos como los únicos responsables ante los palestinos.
Todas las señales nos advierten que estamos ante un escenario más catastrófico de lo que era posible ante la pasividad absoluta de la comunidad internacional, que se produce entre la indiferencia y la complicidad ante la tragedia palestina. La respuesta a los castigos colectivos y al uso de la persona como arma de guerra oscila entre la invisibilidad del problema y su infravaloración, al no ser plenamente conscientes de la extrema gravedad de la situación que nos encontramos.
Hoy, la única esperanza de cambiar la statu quo Proviene del Sur Global, porque Sudáfrica ha presentado una solicitud ante la Corte Internacional de Justicia para considerar que Israel está llevando a cabo un genocidio planeado. En caso de que La Haya considere el caso y tome medidas preventivas, unos y otros tenderán a elegir cuál de las historias quiere ser: las víctimas o las víctimas.
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Límites del pecado de Lee
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